domingo, 5 de marzo de 2023

Relámpago el caballo, 9na Parte

 Viene del capítulo anterior

Una nave espacial va cruzando el firmamento, su diseño recuerda parcialmente las naves de Nueva Thule. Segundos después, aterriza en un hangar en el desierto de Mojave, Nevada.

 


 

            A continuación, de la superficie ovalada del platillo volador, se desliza una compuerta hacia un lado, dejando visible una franja desde donde se podía ver algo del interior del vehículo. Segundos después, se forman de la nada y de arriba a abajo lo que parecen unos escalones flotantes. Desde ellas desciende el coronel Kevin Lazzard, subcomandante del área 51.

            Lazzard es escoltado por inmensos y pálidos hombres de negro hacia un tren bala subterráneo que lo conduce al cuartel general. A la entrada de aquel cuartel lo espera su superior, el general Jason Patton, comandante en jefe del área 51. Ambos hombres se saludan con el típico saludo militar estadounidense.

General Patton

Kevin, ¿trajiste tu informe?

Está aquí conmigo - le muestra una maleta pequeña a la que está esposado-.

Vamos a mi oficina.

            En el centro de mando del general Patton abren la maleta, que contenía una notebook. Al encenderla, procedieron a ver en ella el material audiovisual sobre avistamientos extraterrestres.

Estos inmensos seres en trajes de una sola pieza, que aquí aparecen, son los que llamamos extraterrestres nórdicos. Al parecer, los últimos avistamientos tienen que ver con ellos.

— Prosiga

— En este video de un supuesto testigo, estos nórdicos escogen a quien los está filmando como emisario y he aquí lo que dicen en checo subtitulado.

—Venimos en son de paz, queremos compartir nuestros conocimientos tecnológicos con ustedes y enseñarles a evitar el calentamiento global.

— Parecen unos oportunistas, ¿tienes más?

— Por supuesto -oprime el botón del mouse-, en el siguiente video se pueden ver dos inmensas naves que al parecer son nodrizas con diseños muy elaborados.

—Aparentemente las han perfeccionado desde aquella rudimentaria forma de cigarros.

            Así continuaron viendo numerosos videos de avistamientos, desde pequeñas naves a unas grandes letras luminosas en neón que decía “paz mundial” flotando en el firmamento, hasta que llegaron a los que contenían escenas más crudas.

—Como ve aquí, aparecen primero dos naves de mediano tamaño, probablemente fragatas. De pronto, parece que un relámpago muy luminoso se choca con una de ellas, causando una explosión que es suficientemente fuerte como para destruirla.

            Se siguen sucediendo imágenes de lo que parecían ser naves espaciales siendo alcanzadas por el mismo relámpago devastador.

—Tengo la extraña sensación de que nuestros amigos alielígenas se han hecho de nuevos enemigos, además de nosotros; unos tan poderosos como ellos y que están compitiendo por el predominio de nuestro pequeño planeta.

—Hay más, señor, se han detectado numerosas explosiones -toca el botón para correr los videos-, en Francia, Alemania, China, Rusia, Indonesia, Chile, Argentina, etc.…, todos en lugares casi por completo despoblados, con un alto índice de avistamientos.

— Esos ataques probablemente se dan a sus infraestructuras en todo el planeta. Kevin, esto es preocupante; a mí me parece que estos hijos de perra están inmersos en una guerra secreta en la que nuestro planeta es el escenario, ¿hay algún indicio de baja colateral?

— No, por ahora los ataques se han hecho de forma precisa; parece que eso es lo que quieren evitar.

— ¿En serio lo crees?, así siempre comienzan las grandes guerras: buscas jugar al gato y al ratón para evitar grandes bajas, pero cuando los ánimos se exacerban y los tambores de venganza retumban en los corazones, lo único que cuenta es la sed de sangre. Así ocurrió en las dos guerras mundiales, Vietnam, Afganistán e Irak; en este último caso llegué a maldecir a ese estúpido presidente aquel día en que casi muero derribado en mi avión. Kevin, infórmales a nuestros aliados de la OTAN que activen el protocolo cometa, de modo que cada vez que se nos informe de inmediato de bajas a personas e instalaciones civiles, una fuerza rápida que voy a crear intervendrá en ese momento.

— ¡Sí señor! - hace el típico saludo militar estadounidense. Por cierto, una cosa más: que hay de los nórdicos prisioneros.

—Se han resistido a hablar, a esos malnacidos ni los hombres den negro les han podido penetrar sus mentes, pero no me daré por vencido; si tengo que esperar hasta el día del juicio final, allí estaré; yo seré su anticristo. Ahora sí, Kevin, puede retirarse.

En otro lugar del mundo, específicamente en Nueva Thule, el presidente Sigfried Mengele convoca a su concejo de seguridad para debatir un asunto. Se trata de una oficina oval, con una gran mesa redonda en el centro y asientos bien ergo dinámicos con una base con aspecto frágil pero muy firme alrededor de ellas. El propio Mengele estaba sentado en una, mientras las demás estaban vacías.

De repente aparecen tele transportados los tres jefes de estado mayor: Basil Hindenburg, comandante de las fuerzas de tierra, Aku Sakata, comandante de la fuerza aérea, Marina Di Mare, comandanta de las fuerzas anfibias - equivalente en Nueva Thule a comandante de las fuerzas navales- y Hagen Gunnar, el vicepresidente.

—Se preguntarán por qué los he convocado personalmente. Esto es un asunto de seguridad nacional, me imagino que ya están familiarizados con el área 51.

— Claro que sí, es la única área del planeta tierra que no hemos podido penetrar. Sólo la fallecida piloto Ludmila Meister fue capaz de sobrevolar aquel lugar, aunque sin llegar a aterrizar en él.

—Tienes toda la razón, jer Hagen.

Mengele hace aparecer una imagen holográfica tridimensional del lugar: un hangar de seis kilómetros en el desierto de Mojave, Nevada, justo al lado del lago Groom. La agranda y la hace girar para que todos la vean.

— Como ya conocen, desde esta base militar americana se han originado numerosas operaciones de comando cuidadosamente planificadas contra algunos de nuestros intereses. Incluso se sabe que dos de nuestros soldados están prisioneros allí, pero desconocemos en que condición están.

— ¿El área 51?, ¡bah!

—Vicepresidente Hagen, no le he pedido que llegue a conclusiones apresuradas.

— Perdone que lo interrumpa, su excelencia, es que, pese a todo, coincido con el vicepresidente: el área 51 no representa una seria amenaza. Su tecnología es aún demasiado caduca para representar algún peligro, sus operaciones contra nosotros no pasan de meras escaramuzas para quitarnos algo de material y capturar a algunos de nosotros.

—Tu duda es bien razonable, Basil, mas no podemos vacilar en este asunto. Desde el punto de vista logístico, el área 51 es una seria amenaza a nuestra supremacía en el sistema solar; sus cada vez más acelerados avances tecnológicos les permiten crear mejores naves y armamento. Lo que yo propongo es un ataque preventivo, hecho con la mayor meticulosidad. Nos aprovecharemos de un suceso casual: la visita de una delegación japonesa de altos oficiales que, en cumplimiento de convenios de cooperación firmados con la OTAN, a la que pertenece Estados Unidos, harán una visita de cortesía para conocer su tecnología. El plan es el siguiente: Una de nuestras fragatas interceptará el avión jumbo en el que viajaran desde el aire por medio de una luz paralizante. Luego, abriremos las compuertas de la fragata para entrarla adentro, de donde sacaremos a sus paralizados ocupantes para implantarles microchips de manipulación neuronal. Esto impedirá que seamos detectados psíquicamente por sus peligrosos hombres de negro.

Hagen Gunnar alzo la mano para hacer una pregunta

—Su excelencia, ¿está seguro de que funcionará?, los hombres de negro son una raza creada artificialmente a partir de la tecnología sacada de la nave estrellada en Roswell, Nuevo México. Son tan fuertes como cualquiera de nuestras mejores tropas, además de tener cierto grado de sexto sentido que les permite detectar mentiras, gente disfrazada y causar migrañas con sus ondas cerebrales a quien quiera que se acerquen.

—Ellos no pueden detectar dispositivos electrónicos, esa es una ventaja que usaran mis valquirias para manipularlos remotamente desde Friendship, Nueva Thule…

— ¿Su cuerpo élite de mujeres guardaespaldas, señor?, para que haya delegado eso a ellas, esta misión es de suma importancia – añade Basil Hindenburg-.

— Señores, he enfatizado desde el primer momento que la importancia de este asunto, ¿está claro?, bien, prosigamos. Señor Sakata, ¿hay fragatas disponibles?

— Cuando guste su excelencia.

— Querida Marina, parece que no se te ha tomado en cuenta, lo que sucede es que, de momento, no necesitamos ninguna operación anfibia. De todos modos, mantente alerta en todo momento y espera mis órdenes.

—Sí, su excelencia.

—¿Hay alguna última pregunta?  - silencio total por unos instantes-.

— Ejem, su excelencia, qué bueno que hace esa observación. A propósito, había una pregunta en el aire que todos nosotros queríamos hacerle, pero también una gran carencia de voluntad, ¿qué sucedería si su grotesca creación equina aparece?

— ¡Eso es lo que estoy esperando de cada uno de ustedes, agallas! Hagen, hiciste la pregunta que yo esperaba, te felicito. Espero que el resto del alto mando recuerde la lección aprendida hoy.

Todos ellos miraban a Mengele con signos de respeto a la vez de temor.

— Obviamente mi querido experimento fallido tratará, una vez más, de sabotear nuestros planes, por eso le tengo preparado un plan de contingencia que yo relevaré luego. Por ahora nos mantendremos vigilantes durante el desarrollo de la operación, ¡salve Nueva Thule! – dijo Mengele realizando el viejo saludo fascista.

—¡Salve Nueva Thule, salve Mengele!– respondieron todos

Luego de esto, se teletransportaron nuevamente a sus respectivos lugares, para dejar a Mengele sólo.

—No hay nada como un plan bien ejecutado, sólo falta ver qué es que sorpresa nos tendrá esa bestia para nosotros.

Una semana después, el jumbo que transportaba a la delegación de oficiales japoneses viajaba por el Pacifico hasta que, súbitamente, una inmensa sombra los comenzó a cubrir desde arriba. Era dos veces y media más grande que la aeronave; un rayo paralizante proveniente de algún tipo de lámpara adherida a su fuselaje inferior sale proyectada hacia ella. La siguiente conversación se tradujo del japonés.

— Capitán, ¿qué es eso que está arriba de nosotros?

— Parece una nave espacial.

— ¡Los controles no responden! – se queja el piloto

Señores, creo que estamos perdidos.

En el espacio de los pasajeros, reinaba la inquietud.

— No se siente la turbulencia

— ¡General Kazai, creo que hay algo arriba de nosotros!

— Mis camaradas, guarden la calm……

El general no pudo terminar lo que iba a decir, porque el rayo paralizante había alcanzado a los pasajeros del avión. Lentamente, el avión fue subido de, manera vertical, al compartimento abierto de la fragata espacial, donde los esperaban Sigfried Mengele y el resto del equipo de abducción.

—Traigan el rayo tractor portátil – ordeno Mengele -.

Era un cañón móvil todoterreno, de más o menos un metro ochenta y tres, que era movido por detrás por un thuleniano parado en una plataforma. Lo apunto a una de las entradas de emergencia del avión, que estaba abierta, luego salieron del aparato los cuerpos de los oficiales y pilotos levitando en el aire, en posición bocarriba.

— Déjenlos en las lámparas de contención.

Las lámparas de contención eran las mismas con que trataron de retener a Ceferino antes de escapar de Nueva Thule. Consistían en unas luminarias, de las que salían proyectadas luces paralizantes, dejando a quienes estaban debajo de ellas como estatuas vivientes.

— Hagen, abre la caja.

—Sí señor.

 Hagen abre una pequeña maleta metálica, en donde se encuentran varios chips colocados sobre una superficie acolchonada negra, encajando en unos espacios en espacios huecos del tamaño exacto de los aparatos. Los chips salen flotando lentamente de sus respectivos huecos para insertarse detrás del pabellón auditivo de cada uno de los cuarenta oficiales y tres pilotos. Tienen una forma que recuerda un poco a una nave espacial, con agujitas doradas que sirven para impregnarse en la piel.

Al rato, Mengele lleva su dedo hacia su anillo, para comunicarse con sus valquirias.

—Mis queridas valquirias, ¿están listas?

            Las hermosas valquirias están iluminadas por lámparas paralizantes, con trajes cibernéticos con todo tipo de dispositivos y una que otra lucecita. Se ponen sus cascos cibernéticos para entrar en contacto con los cautivos desde donde están, Friendship, Nueva Thule

— Sí su excelencia

—Gracias, capitana Brunhilde, ¡es hora de proseguir!

Desde el centro de control, los técnicos de Friendship manipularon los controles holográficos, que empezaron a mostrar numerosas lucecitas en la superficie. Entonces, los cautivos abrieron los ojos: habían sido poseídos por las valquirias.

—Que comience la operación – dice Mengele -.

 A continuación, las dos compuertas de la parte inferior de la fragata se abren, dejando al avión jumbo nuevamente en el aire. El avión continúa su viaje hacia el área 51.

En la cabina, se escucha una voz masculina

—Aquí el área 51, solicito que me den la clave de acceso, cambio.

Hildegard, quien controla el cuerpo del general Kazai, abre su maleta, en donde hay una especie de consola de computador con una pantalla digital, oprime determinados comandos y aparece en la pantalla un código extraño, que es interpretado desde el centro de control del área 51

—Son ellos, general Patton, es la misma clave de acceso que les proporcionamos al ministerio de defensa japonés hace una semana.

— Disminuya los niveles de seguridad, hágalos pasar.

—¡Yes sir!, tienen permiso para llegar a la pista de aterrizaje.

            El enorme avión aterrizó: al abrirse la escotilla y bajar la comitiva por la escalera portátil, son recibidos por una guardia de honor compuesta por inmensos hombres de negro y justo al final está el general Patton, quien les hace el saludo militar estadounidense. Este empieza a hablar en japonés.

—Sean bienvenidos, general Kazai y alta comitiva del Estado de Japón, soy el general Jason Patton.

—Su japonés es muy bueno.

—Fui enlace diplomático de la fuerza aérea en Tokio; estuve por años mediando para acercar a los gobiernos de Korea y Japón.

La luz de un relámpago rasgo el horizonte, acompañado de un trueno, lo que hace que el general Jason Patton se comunique por medio del radio transmisor que se encuentra en una de las mangas de su uniforme de gala.

—Aquí Patton a sala de control, ¿qué fue eso?

—Nada definido, parece que hubo algún tipo de cortocircuito en algún lugar del hangar.

—Pues revisen de inmediato, es una orden.

—Sí señor.

Muy cerca de Patton, la comitiva japonesa y los hombres de negro estaba Ceferino, con su cuerpo de caballo completamente invisible. Se da cuenta que le dan unas extrañas migrañas cada vez que está cerca de un hombre de negro.

— Debo evitar en lo posible acercarme a esas cosas, lo que sea que sean.

— ¿Sucede algo general Patton?

—No, en lo absoluto, nada que nos pueda preocupar general Kazai. Síganme, les mostraré algunas partes del hangar y luego los conduciré personalmente a sus habitaciones.

            No me puedo acercar mucho a esos gigantes de piel albina, algo en ellos provoca que sienta cierta migraña.. Me mantendré a cierta distancia, levitando en el aire, pero si es necesario entrar en lugares cerrados, daré lo mejor de mí.

Mientras tanto, dentro de la fragata thuleniana.

—Señor, los medidores de voltaje que están en los trajes de los poseídos han detectado una actividad electromagnética muy potente poco después de aterrizar.

—Es él.

¿Seguimos con el plan B?

  Aún no Hagen; tenemos que conocer qué es lo que trama.

El general Patton seguía ejerciendo de guía para los visitantes, escoltado por inmensos hombres de negro, personal de seguridad del área 51 y sin saberlo, por Ceferino. Durante el paseo, la poseída delegación japonesa observó los diversos desarrollos tecnológicos del lugar, desde transportes antigravedad hasta los gigantescos robots tanque de varios cañones.

— Como verán, el desarrollo tecnológico del área 51 supera a la de cualquier potencia de nuestro planeta, pero debo recalcar que no pretendemos usar nuestra tecnología para invadir a nadie.

— ¿Está usted diciendo que no piensa sacar ventaja de lo que tienen?

—Absolutamente falso, lo que pasa es que nuestro objetivo en realidad es hacerles frente a amenazas mucho más externas, los que llamamos extraterrestres.

Desde una pantalla holográfica que estaba estática en el aire, Sigfried Mengele podía ver lo que los ojos de la capitana Hildegard observaba desde su casco virtual, que la conectaba con los ojos del general Kazai.

— Hemos subestimado mucho a esos norteamericanos, tienen una tecnología similar a la nuestra, aunque aún les falta nuestras décadas de desarrollo, ¿vez por qué que tiene sentido un ataque preventivo?

— No dudo de su sabiduría, su excelencia – respondió Hagen algo forzado - .

Por el camino, los poseídos oficiales japoneses dejaban discretamente pequeños nano explosivos listos para estallar en cualquier momento, que Ceferino desactivaba con pequeñas pulsiones electromagnéticas.

Aparece el holograma de Basil Hindenburg ante la presencia de Mengele.

—Señor, ese monstruo está desactivando todos nuestros nano explosivos

— No hay que alarmarse, estamos aún en la fase de estudio; lo que a mí me interesa es entrar en la misma base, es allí donde se iniciará nuestro verdadero ataque. También estamos observando qué tan determinada está mi bestia.

Ceferino, mientras tanto, trató de seguir invisiblemente a la delegación escoltada hasta que entraron a una enorme instalación militar, que estaba resguardada por dentro por numerosos hombres de negro, lo que provocó que las migrañas del híbrido aumentaran.

—¡Pero qué boludos son esos gigantones de negro!, cho voy a tener que improvisar para hacerle la vida difícil a Mengele.

Con sus poderes electromagnéticos, Ceferino causó interferencia en las telecomunicaciones del lugar, echando a perder la transmisión de onda entre los chips y las valkirias de Nueva Thule. Al general Jason Patton le mandaron un intercom de emergencia, que él contestó levantando su antebrazo para hablar desde su manga.

— General Patton, se está registrando estática desconocida que está interfiriendo nuestras comunicaciones.

—Imposible, cómo…

Le tomó por sorpresa las caídas provocadas por los desmayos de los oficiales japoneses, que quedaron en la inconsciencia a causa de la interrupción de la señal del chip.

— ¿Qué les sucede a estos señores ahora?

Uno de los hombres de negro respondió.

— Señor Patton, los signos vitales de los japoneses están estables, pero cayeron en la inconsciencia. No les detectamos ningún problema de salud.

—¡¡Por todos los diablos!! Si algo les llega a pasar a estos señores, nos meteremos en serios aprietos diplomáticos con la República de Japón. Llévenlos a la enfermería, daré órdenes que esa información no salga de aquí.

—Sí señor.

Desde algún lugar del mundo, Sigfried Mengele, quien dirigía la operación desde una fragata espacial, expresó.

—Hummmm, ese animal no me deja de impresionar.

— ¡Su excelencia, las valquirias hemos perdido todo contacto con los cuerpos de los oficiales japoneses!

—Estoy consciente de eso, capitana, es hora del plan B. Esta noche, cuando los cuerpos estén en la enfermería, ordenaré a los del centro de mando que activen el segundo chip que está en el oído del general Kazai.

En la noche, mientras los oficiales japoneses estaban en la enfermería, unas leves descargas electromagnéticas bien controladas conducidas por un invisible Cefrino, hicieron contacto con sus cuerpos causando que la inconsciencia fuera aún más fuerte. Ceferino había conseguido detener nuevamente a las fuerzas de Nueva Thule.

— Aquí el centro de mando de Frienship, su excelencia, estamos teniendo problemas con la señal de los chips, que se restableció al cincuenta y un por ciento; eso no significa que los conductos neuronales estén respondiendo a los comandos, cambio.

Mengele acerca su boca al dedo índice en donde se aloja su anillo comunicador.

— Esa bestia es mucho más capaz de lo que pensé: cree que dejando en profunda inconsciencia a los oficiales japoneses va a detener mis planes, algo que ya preveía. Aquí su excelencia, continuar con la fase dos, activar el segundo núcleo.

—Enterado su excelencia, fase dos activada.

            El chip que estaba alojado detrás del pabellón auditivo del general Kazai no era uno cualquiera, sino un pentachip chip, o cinco chips en uno. La señal utilizada para comunicarse era una señal cuántica, a más poderosa que existe.

—Hildegard, es hora de que actúes ya.

—¡Sí señor!

Ella se movió con su ciber traje, iluminada por la lámpara paralizante, que evitaba que su cuerpo se saliera de donde estaba. Esto hizo que remotamente moviera el cuerpo del general Kazai hasta levantarlo de la cama en que se encontraba. Se dispuso a ponerse su uniforme, cuando fue sorprendido por una enfermera.

— ¿Se ha recuperado por completo general Kazai?

— ¡Sí!, comuníqueme con su general Patton, tengo algo que decirle.

En el despacho de Patton, el general estadounidense dialogaba con su homólogo chino.

—¿Así que un alienígena con cuerpo de caballo está causando todo eso?

— Así es, déjeme mostrarle un video.

Sacó su teléfono móvil, mostrando videos tomados en cámara lenta donde aparecía Ceferino destruyendo lo que parecían objetos extraterrestres.

—¿Con que esto es el causante de esos ataques contra blancos extraterrestres?

El general Kazai pregunta sorprendido.

—¿Usted sabía algo?

—En realidad sospechaba de una serie de sucesos extraños en el cielo filmados por aficionados de todo el mundo; archivos a los que nuestro personal llegó a tener acceso.

En la fragata, a lo lejos, Mengele veía a través de su pantalla de mainframe holográfica, todo lo que podía ver y escuchar Hildegard, mientras usaba el cuerpo del oficial japonés.

— Sabía que esos tipos estaban pendientes de nosotros – dijo Hildegard -.

— Que nos puedan espiar no los hace una seria amenaza – dijo Hagen -.

Sigfried Mengele miró a los ojos de Hagen, como si pudiera penetrarlos impetuosamente.

— Aún no, más, sin embargo, a los lunares malignos hay que extirparlos antes de que se vuelvan un cáncer.

            Y en el área 51.


 

— Aquí Patton a sala de control, necesito un escaneo de ultrasonido de toda la base urgente.

— Enterado general, estamos detectando una anomalía electromagnética muy intensa a unos metros del bunker en donde usted está ubicado, señor, por el lado sureste.

—¡¡Bien, que todas las unidades se presenten en el área sureste del bunker 15033 ahora!!

Ceferino, que ya sabía lo que habían hablado ambos hombres, al sentirse acorralado dijo.

—¡¡Por Ngenchen, me han detectado!!!

En cuestión de nanosegundos, se vio rodeado tanto de militares humanos como de gigantescos hombres de negro con sus ametralladoras eléctricas, además de luminosos platillos voladores arriba de él. Sintió unas fuertes migrañas que hicieron que cediera su capacidad de hacerse invisible, quedando a la vista de todos.

— Está en el área 51, queda arrestado por acceso ilegal.

— ¿Vos creeis que podes detenerme?, cha verán.

En cuestión de un parpadeo, Ceferino se desapareció en medio de un relámpago con un trueno sonoro, que los cegó momentáneamente y con los oídos adoloridos.

— Ese caballo es un demonio – dijo uno de los soldados-.

—¡Ni en todos estos años que he visto fenómenos paranormales me ha tocado lidiar con algo como esto! – dijo Patton -. ¡Aquí Patton a todos los estamentos de seguridad del área 51, hay un enemigo interno, activen los niveles de seguridad al máximo nivel!

Todos en el área 51 se pusieron a realizar una vigilancia más sesuda, de forma tal que hasta sus platillos voladores surcaban a baja altura el cielo para observar cualquier anomalía abajo. Esta incómoda situación presionó a Ceferino a actuar con la mayor rapidez, para localizar el cuartel central de Patton y avisarle del peligro que corría.

Recorrió los tres kilómetros del área 51 a una velocidad cercana a la luz, para asegurarse de que encontraría con mayor cautela a Patton. Aquello lo convirtió en el blanco de disparos de diversas fuentes cada dos o tres cuadras, por lo que casi era alcanzado por alguna que otra ráfaga de ametralladora eléctrica, bazuka blaster o cualquier tipo de munición exótica que les permitía su avanzada tecnología. Y aunque no le llegaban a afectar de gravedad, le producían mucho dolor.

—Bajen los robotanques – ordeno Patton -.

De los platillos voladores, que eran algo más grandes que un avión de pasajeros de uso común, se abrió una compuerta neumática del extremo inferior plano en el eje de la nave. De ese orificio fueron bajados por medio de luces tractoras a velocidad muy lenta, unos gigantescos robots humanoides con aspecto de tanque, con dos cañones dobles en ambos extremos de su pecho, otro de esos cañones, de tamaño algo más pequeño en la parte superior de la espalda, una cabeza que parecía emular un casco, con una especie de ventana continuada color ultravioleta en lugar de ojos y tres pares de ametralladoras en donde debiera haber boca y nariz. El armatoste era operado desde adentro por cuatro personas, como si fuera un tanque de guerra. Su blindaje era evidente.

 El caballo descubrió que la resistencia se acrecentaba a medida que se acercaba al sector sureste del área 51, en donde había más torretas de energía, robots tanques, militares, hombres de negro y los disparos de las naves se volvían más intensos.

—Por Ngenchen y yo que pensaba que nada más Mengele y sus thulenianos podían causarme dolor, ¡¡aaaaaaa!!!!!!!

En su avance, iba a embestir contra un robot tanque, sólo para ser repelido por su intenso fuego de artillería pesada, dejándolo derribado en el suelo.

—Esta cosa tiene tanta potencia como cualquiera de las torretas de Mengele.

Tanto el general Kazai como el general Patton contemplaban la acción desde la pantalla de una mainframe gigantesca.

—Sus máquinas me han dejado sorprendido, general Patton

—¡Ja!, y eso no es todo, mi querido homólogo japonés; ahora verá a esa cosa vuelta carne de barbacoa.

—Lo tenemos en la mira señor

—¡¡Acaben con ese canalla!

Ceferino, que había escuchado todo con su aguda audición, dijo.

—Esto aún no termina, chatarra ambulante.

El equino vuelve a estallar nuevamente como trueno y relámpago, dejando aturdida al personal del robo tanque.

—¡Santo cielo!, esto es como combatir contra una tormenta, ¿ahora donde se ha metido? – dijo uno de los pilotos del robotanque - .

—¡Marichiwew! – gritó Ceferino -.

Cuando menos se lo esperaban el caballo embistió, derribándolo en el suelo sin llegar a hacerlo pedazos porque su blindaje electrónico lo protegió.

El propio Ceferino se quedó en el aturdido en el suelo por unos segundos.

—¡Pero qué boludos han resultado esas cosas!

—¡¡Solicitamos refuerzos, aquí en el sector treinta!!

Lo primero que apareció a la distancia eran unos robotanques corriendo hacia ellos, con toda su artillería disparada hacia el animal. Esto provocó que Ceferino generara un campo electromagnético que causó un violento empujón a las máquinas y todo lo que estaba cerca, siendo una de sus consecuencias más directas que el robo tanque que estaba en el suelo se estrellara contra uno de los dos que se acercaban. Después se fue de allí como un relámpago.

—Hummmm, mi experimento fallido sigue haciendo de las suyas - comentó Mengele para sus adentros mientras observaba lo que sucedía-, me pregunto si tendrá intenciones de destruir el área 51 antes de que yo la pueda ocupar.

Pese a la cada vez mayor resistencia, Ceferino continúo acercándose más y más hacia el sector sureste, luchando en el camino con las aeronaves ultra sofisticadas del lugar y con unas bolitas de luz flotantes en el aire que al acercarse a escasos metros de él estallaban en una explosión de luz calórica y amarilla intensa. Aunque no lograban penetrar su campo de fuerza, le causaban dolor hasta sus entrañas.

 —¡¡¡Aaaaaaaag!!!

—Las minas de fotón lo quemarán tanto que ese hijo de perra se sentirá en el infierno – dijo Patton-.

—Querrá decir hijo de caballos, señor, no es un perro- riposto Kevin -.

—Kevin, cuando yo quiera un chiste tuyo te arrancaré las palabras de tu boca.

De todas formas, Ceferino logró llegar hasta un complejo de edificios que parecían de oficinas. Con una brutal embestida penetró a uno grande que parecía el principal, pero no encontró a Patton; era, en realidad un reactor nuclear. Todos los científicos que estaban por el lugar salieron despavoridos cuando lo vieron, excepto las tropas y los hombres de negro que lo custodiaban.

— ¡¡ Por Ngenchen! , esto no parece la base de operaciones!!

-Maldito, ha logrado llegar hasta el reactor nuclear del lugar – comento Patton.

Ante la aproximación del personal de seguridad y principalmente de los hombres de negro, que le causaban migrañas, desapareció nuevamente como trueno y relámpago.

—Menos mal que pudimos repelerlo – dijo Patton -.

—¿En serio cree que lo hizo? - preguntó Hildegard a través del cuerpo de Kazai.

Sí, pero no podemos cantar victoria aún, ese animal es un digno adversario – dijo Patton -.

A lo lejos, en la fragata voladora, Mengele seguía contemplando lo que sucedía.

— Patton, había oído de tu buen olfato táctico, mas nunca pensé que subestimarías a esa bestia – pensó Mengele en voz alta -.

            Ese complejo de edificios no es la base de Patton, debo encontrar la forma de llegar, - pensó Ceferino - ¡¡ cha sé que haré!!!

Fue hasta un lugar bien apartado del área 51, se hizo invisible, cerró los ojos y con sus poderes se dispuso a conectarse con el internet del área 51.

            Vio matrices luminosas de unos y ceros hasta que, de repente, se formó casi al instante una figura agrandada, de unos cuantos nodos, que representaba una caricatura de un hombre de negro con sombrero y lentes. Eso le provocó una intensa migraña.

¡ Por Ngenchen, otra vez echos!

            Se escuchó la voz de Jason Patton por alta voz.

—Así es, hijo de perra, muerde el polvo; mis hombres de negro virtuales harán imposible cualquier hackeo que realices. Por cierto, te localizaron de nuevo.

            Sigfried Mengele seguía observando

—¿Con que hombres de negro virtuales?, ¿por qué no se me había ocurrido algo así? Computadora, apunta en la agenda trabajar con vigilantes virtuales.

 —Anotado

            Ceferino escapó, de nuevo, a la velocidad de la luz a otro rincón.

            Necesito hacer algo pronto, un momento ¡¡Allá abajo, una patrulla!! Los emboscaré y les sacaré información.

            Cerca de Ceferino estaba pasando una patrulla compuesta por hombres de negro, humanos a pie o en plataformas flotantes con metralletas y un robo tanque, pasaban cerca.

 —Aquí sargento Coolidge, cambio

—Diga sargento Coolidge – dijo Patton -.

—Aún no hay rastro de ese caballo, cambio.


            Segundos después, sintieron una leve pulsión electromagnética que tumbó al robo tanque al suelo y dejó en la inconsciencia a todos, menos al sargento Coolidge. Ceferino lo mantenía consciente, postrado en el suelo, mientras lo hipnotizaba con un rayo pequeño que le disparó a su cabeza, manipulando su sistema nervioso para que dijera la verdad. Hablaron en inglés.

 ¿Cómo pudiste evadir la resonancia magnética?

— Yo también soy magnético, eso es lo menos importante. Contéstame, ¿dónde queda la base de Patton?

—El área 51 en que estás ahora, el hangar, es una fachada –Ceferino quedo atónito-, una distracción, aunque sigue siendo el principal y único punto de entrada. El verdadero área 51 es un complejo de búnkeres subterráneos conectados entre sí por túneles donde pasan trenes bala de gran velocidad y que cubren todo el estado de Nevada, junto con grandes partes de Utah y California; toda una megaciudad bajo tierra. Ah, esto te lo puedo decir con mucho placer, aunque me tengas hipnotizado: cada esquina de esa ciudad subterránea está custodiada por un hombre de negro, capaz de neutralizar las neuronas de tu mente con sus ondas cerebrales que causan migrañas terribles, debilitando tu fuerza vital; jamás podrás entrar allí tan fácilmente, fenómeno.

—En ese caso, tendré que rendirme

            Justo en ese momento, el robo tanque se levantaba del suelo, además de los humanos y los hombres de negro. Ceferino se dejó arrestar por ellos con el fin de que lo llevaran hasta Patton.

            El escuadrón lo colocó en una plataforma flotante rectangular, algo más gruesa que el animal. Sujetaron sus patas con gruesas agarraderas mientras todavía estaba parado en sus cuatro patas. También estaba aturdido por las ondas cerebrales de los hombres de negro. Cuando terminaron se lo llevaron a un túnel con tren bala, que los transporto directamente al cuartel de Jason Patton.

—No tienes que traerme sujetado de esta forma, ¡¡aaaaggg!!, tus hombres de negro me causan un dolor interminable.

—No puedo permitirme más libertades contigo después de todo lo que hiciste, alienígena cuadrúpedo, - respondió Patton - ¿con que por fin conozco al monstruo que casi destruye el hangar?

—Soy una persona, no un monstruo.

—A menos que tengas una evidencia contundente, todavía pareces un caballo negro con crin y cascos blancos, hablas y eres capaz de cosas que el resto de tu especie no hace. Eres la cosa más extraña que he visto, pero eso no me preocupa en este momento. Lo que sí quiero saber es por qué causaste estos destrozos en el área 51, ¿crees que somos tus enemigos?

—No, pero sus verdaderos enemigos se han infiltrado entre ustedes; aquí tengo las pruebas.

            De su espesa crin sacó levitando en el aire uno de los anillos dorados que generalmente usan las gentes de Nueva Thule para comunicarse. Con sus ondas electromagnéticas lo activó, encendiendo una lucecita blanca en la superficie del anillo que a apenas se podía ver a simple vista. De ese puntito luminoso se proyectó una luz más grande, como un cinema, dando como resultado el holograma de un hombre muy alto, de aproximadamente seis pies cinco de estatura, cuerpo atlético, de aspecto veinteañero, rubio, bien parecido y con un uniforme de gala color índigo que mostraba en su pecho todas sus medallas, además de la cruz teutónica. Era el doctor Sigfried Mengele.

—Aquí Mengele, ¿quién solicita mi presencia? -mira alrededor-, vaya, pero si eres tú, mi bestia favorita, ¿con que estos son tus nuevos amigos los americanos del área 51?, pero qué alianza más extraña.

—Cállate desgraciado, ni ellos son amigos míos ni yo tu mascota; es por tu culpa que quedé así.

            El holograma se acercó caminando hacia donde estaba atrapado Ceferino y dijo.

—¿De verdad no te parece que te hice un caballo muy bonito, con color azabache y grandes poderes?

            Ceferino respondió escupiendo al holograma con baba de su hocico, lo que terminó atravesándolo. Eso cayó al piso.

—Se ve que sigues siendo una bestia, mi querido Ceferino - dio una elegante vuelta marcial hacia atrás, quedando en frente de Patton-, ah, y tú debes ser el famoso general Jason Patton, creí que sólo eras un mito inventado por la fuerza aérea.

            Se miraron frente a frente, siendo lo más característico que, pese a que Patton no era tampoco un hombre pequeño, era algo más pequeño que Mengele.

—No desvíes el tema, chiquillo nazi, copia barata de Hitler, lo que cuenta aquí es que tu juego se acabó. El área 51 está a salvo y ya sé quién eres tú.

            Sigfried Mengele le muestra su sonrisa de delirio

—Oh, ¿eso es lo que tú crees?, te voy a hacer un regalo, ¡arriba las manos!

            Justo después de que dijo esto, tanto hombres de negro, militares humanos e incluso el general Kazai apuntaron sus armas hacia Ceferino, al general Patton, y a quienes no estaban bajo control de Mengele.

—Mientras ustedes estaban peleando entre sí, me tome la molestia de repartir el resto de los chips de control mental que trajo la delegación japonesa sin saberlo, a la mayor parte del personal de este lugar. Ahora, el área 51 es mía finalmente y gracias a ti, bestia, pude llegar hasta el inexpugnable cuartel general de Patton.

            Patton dijo, indignado, cerrando los puños y doblando sus brazos, lo siguiente.

 


-¡Espera a que te ponga las manos encima!

—Hummm, ¿qué tal si te pongo las manos encima primero?          

            El holograma se acercó a Patton, tocó con el dedo índice de su mano izquierda su frente. Al hacer contacto con su piel se generó una pequeña chispa, causando que el general se desmayara.

—No me importa que me sienta débil, ¡uuug!, voy a detenerte – dijo Patton mientras caía al suelo.

            Pese a estar debilitado por las ondas mentales de los hombres de negro, Ceferino se las arregló para destruir la plataforma que lo sujetaba hasta retorcerla toda; esto hizo que se callera abruptamente al suelo, causando un ruido metálico. Se soltó sus patas de las bases, rompiéndolas con su fuerza descomunal, después de lo cual se acercó a Mengele, aunque no a su velocidad habitual porque su mente seguía aturdida.

—Y si intentas ser el héroe, activaré una nano bomba nuclear que destruirá este lugar y más allá, con una potencia tan asombrosa que hará que la suma del poder de las bombas de Hiroshima y Nagasaki parezcan fuegos artificiales.

—Buscaré la manera de detenerte a ti, y a tus esbirros por lo que le hacen a mi pueblo.

—¿El pueblo mapuche?, no tengo nada en contra de ellos, simplemente quiero mejorarles los genes y experimentar con ellos, ¿para qué quiero extinguir unos especímenes que me fascinan bastante. Hildegard, atúrdelo ahora.

—¡Sí su excelencia!

            Aprovechando la debilidad de Ceferino, que no le permitía usar su barrera electromagnética, Hildegard, usando el cuerpo del general Kazai, le disparó con un arma phaser. Al no usarla a su máxima capacidad lo dejó inconsciente, quedando la criatura en el suelo.

—Traigan el rayo tractor portátil – ordeno Mengele.

            Un inmenso hombre de negro trajo un rifle de aspecto exótico, que al dispararlo hacia el cuerpo del caballo lo levantó por el aire.

—Llévenlo a la fragata Hegel, enciérrenlo bien como yo les expliqué y que sea escoltada por una flotilla de naves de combate hacia los laboratorios de las lunas de Urano.

—¡Sí, su excelencia!

            Apareció Hagen, quien ahora tenía bajo su control el cuerpo del coronel Kevin Lazzard, para hablar con el holograma de Mengele.

—Su excelencia, ese plan c resultó mejor de lo que esperábamos.

—Démosle gracias a nuestro amigo, el general Patton; desde que está a cargo del área 51 se ha deshecho de los psíquicos porque no confía en ellos. A menos que logren darles mayores capacidades extrasensoriales a sus hombres de negro, sus esclavos, están perdidos. Mala decisión para venir de un oficial tan capaz. A propósito, Hagen, ¿cómo siguen los demás oficiales japoneses?

—Siguen dormidos, nuestros esfuerzos por despertarlos han sido inútiles.

— Mi bestia me sigue demostrando que es más capaz de lo que creíamos; ya lo estudiaré mejor cuando lo vea en las instalaciones especializadas de las lunas de Urano.

 

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